Mi experiencia como mujer y
psicoterapeuta me ha puesto en contacto con las vivencias de miedo de hombres y
mujeres ante las nuevas situaciones que les toca vivir. Aludo a situaciones
traumáticas como lo son el divorcio o la muerte de la pareja.
Según el período en el que suceden
estos cambios, las reacciones a los mismos son muy diferentes.
Si el divorcio o la viudez
sucede a los 30, 40 o 50 años, no es lo mismo que a los sesenta o más.
Pareciera que alrededor de los 60 años
algo diferente sucede. En realidad, no solo es la edad la que influye en el
modo de asumir ciertos acontecimientos, sino la sedimentación de vivencias
anteriores por las que se atravesó. La cantidad de roles y responsabilidades
asumidas a lo largo de la vida representan un entrenamiento importante en la
resolución y tramitación de ciertas problemáticas que se presentan en cada uno
de nosotros en el transcurrir de los años.
Personalmente no creo en eso de que “lo que no te mata te fortalece”. A mi modo de ver, lo que no te
mata te debilita. Creo que aquello que te golpea fuerte te puede brindar
elementos de reflexión y de menor sorpresa para enfrentar algunas cosas, pero
que nos cansa, es cierto, nos cansa y..... mucho.
Las personas que han tenido
una vida muy lineal, si se encuentran a los 60 o 70 años con un cambio radical,
como es encontrarse sin su pareja, después de haber transitado la vida en
compañía, cada uno ejecutando un rol, creo que se encuentran más
desconcertados y desvalidos que aquellos que se han enfrentado de mas jóvenes
con estas circunstancias de alto impacto.
Cuando los usos y costumbres
que tenían se ven alterados, se genera
una gran conmoción en las personas. Se mezclan sentimientos.
Pueden aparecer simultáneamente dolor, rabia, desconcierto, tristeza. La
lectura de la realidad se disloca, aparecen dudas con respecto a casi todo, sin
la consciencia de por qué sucede lo que sucede en nuestra interioridad.
El hecho de vivir en pareja
disimula las inconsistencias propias y ajenas. Si la mujer no sabe prender el
calefón lo hace su marido, si un hijo viene con un problema lo baraja la madre.
Estos dos son solo ejemplos, a fin de poder explicitar mejor lo que quiero
decir. Ya que no intento con esto idealizar las situaciones de matrimonio. Cuando
acontece una desaparición, por el motivo que fuere, de uno de los miembros de
una pareja, el que queda, queda con el vacío real del que no está, más
las inconsistencias propias, en las que probablemente no reparó.
Pero no desesperéis, porque si bien
creo que lo que he expuesto hasta acá es cierto utilizaré otra frase más alentadora: nunca
es tarde “cuando la libertad es buena” (como verán, la cambié un poquito). Con
esto quiero decir que “se puede” revertir el concepto del encabezamiento de
esta reflexión diciendo: Quien de joven no trota, de viejo… tiene miedo, pero
galopa. ¿Han visto a alguien que tras años de no hacer ejercicio, de nunca
haber trotado, no le duela todo al galopar? Quiero aclarar que esto que escribo
alude a “todos y todas”, no se me ofendan mis compañeras de género.
Es así lo que les sucede a
las personas que de mayores, se animan a insertarse en un mundo desconocido
para ellos, de nuevas relaciones con hombres y mujeres, salidas seductoras o
frustrantes, contacto con los hijos personales, no filtrados por los que nos
acompañaban, la mamá o el papá de esos hijos. Que a su vez muchas veces eran
generadores de conflictos.
He aquí que no hay edad para
animarse a vivir las asignaturas pendientes. Hecho esperanzador y generador de
expectativas. Por otra parte no nos engañemos, este ejercicio de salir, gustar,
conocer gente también era un desafío movilizante en la juventud y provocaba
miedo. Si me permiten un consejo reestructuraré el encabezamiento: Quien de
joven no trota, de viejo ¡¡¡vaya al paso!!!, si puede.
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