sábado, 17 de mayo de 2014

De la posibilidad de inventar nuestra vejez



Si a alguien nos participara de un invento que se le ocurrió y nos demostrara su utilidad con fundamento, ¿se nos ocurriría decir que eso no tiene sentido?

Les contaré un invento mío, que no llevé adelante:
Preocupada por los accidentes en las autopistas –donde los autos circulan a alta velocidad y, si alguno tiene un desperfecto en el carril rápido, lo más probable es que no pueda bajar a poner las balizas porque que se lo llevarían por delante– se me ocurrió lo siguiente: Por qué no incorporar a los autos algo semejante al airbag, que salga del techo para que, por su dimensión y colores, indique con muchos metros de anticipación que hay un auto en emergencia y un peligro cerca. Como en las embarcaciones, según viéramos el color rojo o verde el auto estaría indicando que estaba circulando en tal o cual dirección.
No encontré a nadie al que se lo comentara que me dijera que la idea era mala. Los que escuché es: Hay muchos intereses creados para cambiar lo que hay, alguien tiene que diseñarlo, tienen que aceptarlo las autoridades, las industrias automotrices, te  van a robar la idea, etc.
No hice nada.

Si no se hace nada, no pasa nada. No cambió nada.

Nosotros, los que vamos envejeciendo (de sesenta años  en más), somos los pioneros, por la magnitud en número, a transitar este boom de longevidad. Razón por la cual estamos invitados a volver a reflexionar acerca del camino que nos toca transitar.

Si no pensamos nuevamente los criterios con los que mirábamos la vejez estaremos condenados por nosotros mismos y sin razón.

No hay duda de que vamos cambiando y lo que también hay que cambiar son los hábitos, que por definición son repetitivos.

Les contaré una anécdota que ejemplifica un hábito.
Hace unos años, después de trabajar muchas horas en mi consultorio, llegué a mi casa extenuada. Había comenzado a trabajar a las ocho de la mañana y eran las ocho de la noche.  A los pocos minutos sonó el teléfono. Era una amiga. Me preguntó que estaba haciendo y le dije que estaba poniéndome el pijama. Ella me respondió: ¿El pijama a las ocho de la noche? Yo le contesté riéndome: ¿Por qué? ¿A qué hora debería ponérmelo? Ella me respondió que a las diez. Yo le pregunté ¿por qué a esa hora? Y ahí ya riéndonos las dos, nos dimos cuenta de que ella conservaba hábitos de cuando su marido volvía de su trabajo y tomaban un whisky con el socio de él y ella, y venían los hijos con las novias de la facultad. Hacía muchos años que era viuda, los hijos ya no vivían con ella hacía mucho tiempo. Pero ella seguía en tailleur, hasta las diez de la noche, como si fuera necesario.

Esta anécdota viene a cuento de que hay que tratar de revisar las razones, de por qué realizamos ciertas conductas, sobre todo, de aquellas que nos imponemos sin que haya necesidad. Son anacrónicas y no nos sirven hoy. En la anécdota, la incomodidad de quedarse elegante era por no repensar que la realidad había cambiado, ya no había marido que llegara y tampoco hijos que vivieran allí. Perdón a mis pacientes que sin duda ya han escuchado este ejemplo de mi parte.

Esto no era tomado por ella como algo que le pesara, pero al descubrir que era innecesario pudo darle la forma que creyera mejor para ese momento.

Estos ejemplos son nimios si los comparamos con otros que involucran intereses más profundos e importantes que cada uno puede llegar a descubrir, y que puede llevar adelante en el proceso de envejecer.

Además, quiero ayudar a desenmascarar viejos prejuicios instalados que muchas veces son tomados seriamente por los mismos adultos mayores.
Paso a describir algunos:
Los viejos no entienden.
Los viejos son lentos
Nadie aprende con la experiencia del otro, para qué nos sirve su transmisión si el mundo cambió.
Los viejos no escuchan.
Los viejos molestan 
Esto es mentira. Podríamos decir que muchas personas no entienden ni de jóvenes ni de viejas.
Los viejos son lentos para ciertas cosas, como las que tienen que ver con el deterioro físico, pero no en todas. La lentitud a veces permite la profundización. Hay jóvenes lentos y viejos rápidos.
Hay viejos que molestan y otros que no. Hay jóvenes que molestan y otros no.
Hay viejos tontos y jóvenes tontos y viejos que transmiten sabiduría y otros muy pesados. Y jóvenes deliciosos y brillantes
Hay jóvenes que escuchan y se interesan y otros que no escuchan teniendo su oído intacto y viejos que a pesar de tener su oído deteriorado se esfuerzan por escuchar y entender.

Salgamos de las generalizaciones que solo aportan discriminación y falta de realidad.
 El tiempo nos juega a favor y no en contra, porque  las experiencias incorporadas y vividas, ya están dentro nuestro. Si sabemos combinar entre sí los aprendizajes que supimos conseguir, podremos inventar lo que nos plazca y generar posibilidades insospechadas hasta el momento. No les parece que esto de inventarnos tiene sentido y fundamento?


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