Muchas veces
repetimos clichés que tienen que ver solo
parcialmente con la realidad de los sentimientos y de los pensamientos de la
gente.
La maternidad es un
hecho connotado siempre positivamente y creo que amerita ser tratado con objetividad, viendo
sus aspectos positivos y negativos. Me encuentro en el consultorio
con pacientes que vienen de ser madres, y si bien todas están contentas con sus
hijos, relatan no haberse imaginado semejante cambio en sus vidas y las
implicancias en todos los órdenes de su existencia.
La maternidad, a mi modo de ver, es “EL
HECHO” por excelencia que marcará un hito entre el antes y el después en
nuestro ciclo vital. Es lo BUENO que sucede en una vida y también LO MALO. Como
siempre, los pares opuestos.
Para afirmar esto me
baso en mi experiencia y en la de las mujeres con las que
tuve y tengo oportunidad de conversar por mi profesión o por charlas informales
que tuve y tengo con otras mujeres. A partir de la inclusión de un hijo en
nuestra vida, todo cambia. Todo cambia siempre, pero esto transforma nuestra
vida mucho más profundamente.
Personalmente no
concibo la vida sin hijos. No la concibo porque a los 18 años me casé, me embaracé y tuve mi
primer hijo a los 19 años y la segunda a los 20 años; por
lo tanto, he crecido junto a ellos. No tengo la experiencia de una vida
adulta de otro modo que compartida con mis hijos.
Recién he vivido sola
cuando mi hija menor se independizó, hace 16 años. Vivir
sola o no es un detalle (que no es menor), pero lo que cambia
para siempre a partir de LA MATERNIDAD es la convivencia interna y perpetua con
nuestros hijos.
En la mayoría de las
madres se genera un sentimiento de una profundidad, intensidad e
incondicionalidad únicas. Cuando cumplí 46 años hice una reunión en casa y les escribí
algo a cada uno de los que invité, entre los que se encontraban ellos, y
recuerdo que les escribí jocosamente, lo que me pasaba a mí en el vínculo
materno filial. Les decía que había aprendido muchísimo a su lado y que los
llevaba conmigo siempre repercutiendo en distintas partes de mi ser según los
avatares de cada día. Les decía que en mi cabeza los
tenía presentes cotidianamente y con más énfasis si los veía tristes, o algo
les costaba o no les iba bien. En mi panza, cuando tenían que atravesar una
prueba o algo que sabía que era importante para ellos y los angustiaba. En mi
corazón de forma indeleble, henchida de orgullo con sus éxitos y plena de
alegría cuando estaban contentos. Me reía comunicándoles que no les iba decir en
publico, en pleno cumpleaños, que otras partes de mi ser se veían afectadas
cuando se ponían pesados o peleadores entre ellos o conmigo. Han pasado 20 años
desde ese cumpleaños y les confieso que sigo sintiendo igual.
Pero también existe
en este vínculo el sufrimiento, por razones idénticas a las expuestas.
¿Quién sabe que va a portar de por vida
semejante amor? Un amor que te ocupa, te preocupa, te alegra, te entristece, te
hace conocer el cielo y el infierno a perpetuidad.
Es como el título de
la película “Atrapados sin salida”. Probablemente no sea así para todas las
madres, pero en su gran mayoría, sé que a las mujeres les pasa esto.
El hecho de cosentir es agotador. Sentir con el otro
es muy frecuente con los hijos y también nos lleva a equivocarnos en nuestras
apreciaciones. Ya que nosotros imaginamos cómo
ellos pueden sentir pero no podemos saber si es realmente su sentimiento o el
nuestro puesto en ellos.
Por otra parte es harto frecuente que
nos hagamos una terrible mala sangre por un acontecimiento que nos relataron.
Nosotras nos quedamos rumiando su pena y no nos enteramos sino después, que a
los tres minutos de haberlo compartido, les sucedió algo que los alegró y se
olvidaron de su pena y de transmitirnos ese cambio de estado de ánimo.
También está sentido
de una manera muy culposa para las mujeres plantear sus pesadumbres en
relación con la maternidad. Se lo vive como una
traicíón a la especie.
De las mujeres se
espera que seamos “Puro Amor”, paciencia, comprensión, aceptación; y
nos vedamos nosotras mismas, por mandatos ancestrales, los
cuestionamientos que podríamos hacer.
A partir del nacimiento de un hijo, las necesidades de
él pasan a un lugar prioritario, el
que le otorgamos nosotros porque queremos brindarle lo mejor desde
nuestra perspectiva.
Este trabajo de aprendizaje maternal se centra en la lectura de las necesidades de otro ser –que sale
de uno, mamá, pero viene de dos, mamá y papá, que a su vez vienen de cuatro,
los abuelos, que a su vez vienen de ocho bisabuelos, y así sucesivamente– que es un cóctel genético; y nosotros, ingenuos, creemos que ese bebé que está en
nuestros brazos “nos pertenece” y será fácil comprenderlo. Figúrense, a modo de ejemplo, que existe la posibilidad de que ese bebe se asemeje.a algún
familiar propio o político que les haya parecido un marciano inentendible, Nos será fácil su comprensión?
Con esta persona en ciernes,
incertidumbre pura para sí misma y para nosotros, nos vamos relacionando y conociendo. Lo cuidamos y buscamos el mejor modo de transmitirle todo lo que
sabemos para que pueda desenvolverse en este mundo.
Este trabajo es de tiempo completo y con
altas cuotas de desconcierto ya que “ nuestro hijo” es otro, otro diferente a
uno y cuyas características iremos descubriendo de a poco, paso a paso.
Nos necesitan para aprender, para valerse por sí mismos y luego, lo hayan incorporado o no, tienen que ejercitarlo en autonomía.. Hecho que a veces nos asusta y nos alegra.
Nos necesitan para aprender, para valerse por sí mismos y luego, lo hayan incorporado o no, tienen que ejercitarlo en autonomía.. Hecho que a veces nos asusta y nos alegra.
Es
en el interjuego de mucho apego y luego forzoso y necesario desapego
que va transcurriendo nuestra maternidad
a lo largo de la vida
El proceso habitual de todo ser humano que logra independizarse de sus progenitores se resumiría en la frase: te necesito para ser pero para ser te tengo que dejar
Como ley de la vida sabemos que los hijos vienen de
nosotros pero no son nuestros.
Es por lo expuesto que digo que la maternidad es lo mejor y lo peor.