miércoles, 12 de febrero de 2014

Un caso de depresión? Una historia de vida femenina

Este trabajo lo he presentado hace muchos años en unas jornadas. Obviamente ninguno de los nombres, edades  y/o actividades son  los de mi paciente o su familia.!!! Advertencia ¡¡¡ El que no es profesional en psicología puede llegar a aburrirse a la mitad del trabajo o tal vez antes. 

 Miguel De Unamuno, en su libro Niebla, dice "…Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías porque esas penas y alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños acontecimientos. Y la vida es esto, la niebla…." . Yo creo que nosotros, terapeutas, trabajamos junto a nuestros pacientes con los relatos que ellos nos hacen de sus vidas, o sea que al decir de Unamuno con la Niebla, intentando desentrañar de ella a los pequeños grandes acontecimientos que marcan sus creencias, condicionan  sus conductas y modelan su afectividad.

El propósito de este trabajo es reflexionar acerca de la problemática, La Niebla, de muchas mujeres que presentan síntomas depresivos y que están estrechamente relacionados con su posicionamiento vital.  

Esta es la historia de María o cualquier otra envuelta en su propia Niebla. María proviene de una familia de clase media. Hija mayor de tres hermanos. El único varón era su hermano del medio, Ignacio, al que ella le llevaba dos años. Carolina es la hermana menor, con una diferencia de dos años con su hermano Ignacio y de cuatro años con María. A Ignacio le diagnostican a sus seis años una patología neurológica con un pronóstico de deterioro creciente en sus funciones, y así fue que poco a poco no pudo caminar, debía ser transportado en silla de ruedas. Esta enfermedad  lo llevó a la muerte a los diecisiete años. Desde la leyenda familiar, María relata que a causa de este diagnóstico la madre comienza a tomar alcohol por un período muy corto, razón por la que asiste a Alcohólicos Anónimos donde logra su recuperación y sigue asistiendo hasta el momento. Describe a su madre como pasiva y a su padre como un hombre muy ligado a su mujer en una relación simbiótica y con dificultades para tener una estabilidad económica, con una actitud dispendiosa que lo hace correr riesgos patrimoniales.
Indagando su historia vimos cómo la enfermedad del hermano y la aflicción que generó en sus padres marcaron en María la necesidad de ser una chica que no trajera problemas; ya era suficiente para sus padres la enorme preocupación por el destino de su hermano y, además, sus propios temores por la salud de su madre. Obviamente nada de esto era consciente. María se describe como una chica muy dócil, querida y mimada por sus padres. Le iba muy bien en el colegio pero para sus papás no era muy importante, ya que María  se casaría y eso era lo más importante para ellos; y lo que era importante para ellos también lo era para sí misma. Esto nunca fue dicho pero estaba sobreentendido.
Cuando creció, ingresó a la universidad. Estudiaba y simultáneamente trabajaba, tenía 18 años. Su única experiencia de pareja anterior al matrimonio es la de haber salido con un chico muy divertido y ella acota "que él fumaba marihuana". En este contexto, a las pocas semanas de cortar su relación con él conoció a un muchacho muy serio, buen mozo y emprendedor y que al poco tiempo le ofreció casamiento; ella lo aceptó encantada. Ahora se cumplirían los anhelos suyos y de los padres. María nunca había pensado en qué implicaba el hecho de casarse, nunca se le ocurrió que ella podía y debía pensar acerca de su propia vida, cómo quería que fuera.
Y éste es un hecho muy común, es una creencia que tuvo y aún tiene el aval social, que se asemeja a los cuentos infantiles, donde es habitual que el final de una historia sea el casamiento y como consecuencia se predice una vida feliz, comiendo perdices y “colorín colorado el cuentito se ha acabado”.
Pero la verdad, es que con el casamiento no sólo no acaba ningún cuento, sino que es donde se inaugura otro capítulo de la vida, supuestamente adulta, tal vez el más importante y fundante, en la medida que se forma una familia y con el advenimiento de los hijos se estrenan funciones y lazos a perpetuidad.
 En María el casamiento implicó no sólo dejar la casa de sus padres, sino que también dejó sus estudios, dejó su trabajo y nada de esto se hizo con pena. La vida de algunas  mujeres que se casan es así; abandonan todo para dedicarse al marido y a los hijos, y además, si sienten nostalgia y malestar, aunque sea tardíamente, por tanta renuncia sin consciencia, se asombran de lo que les está pasando. Se preguntan: ¿Me estaré volviendo loca? ¿De qué me estoy quejando?
El único ejemplo vívido que ella tenía de ser la esposa de alguien era el de su Mamá. Su Mamá a su vez había aprendido a ser mujer de su propia Mamá, o sea de la abuela de María; y todas ellas, que no habían pensado en este complejo proceso, se deslizaban al matrimonio asintiendo sin saberlo, que el marido era aquel que se ocupaba de las decisiones importantes con respecto al trabajo, al dinero y de paso a la vida en general.
María pasó de la dependencia de sus padres a la de su marido. Lo que era una modalidad consensuada en época de su abuela fue cambiando en forma imperceptible en época de su madre e indudablemente en la época que a ella le toca vivir.
María nunca había pensado que ella tenía que pensar qué quería ella para ella, si le gustaba esto o aquello, si lo quería hacer así o asá o si compartía criterios con su marido. Se querían y gustaban y eso era suficiente.
Su vida de casada se fue desenvolviendo como Dios manda, esto quiere decir como ella había aprendido que debía ser.                                                 
Tuvo tres hijos, siempre estaba muy atenta a sus necesidades y muy pero muy ocupada, cumpliendo con todo lo que ella creía que quería y se esperaba de ella.
En un momento dado María empezó a sentirse muy triste, con muchas ganas de llorar y no sabía por qué. Tenía supuestamente todo lo que creía que debía querer: un marido que se ocupaba de lo económico exitosamente, tres hijos, que a su parecer eran divinos, de once, ocho y cinco años, salud, una casa muy agradable, auto, vacaciones, viajes, salidas entretenidas con amigos del matrimonio. En este momento, a sus 32 años llega María a la consulta psicológica.
Relata no tener ganas de hacer nada, no come, no duerme, tiene ganas de llorar todo el tiempo, siente que hace todo mal, se olvida de hacer cosas, se irrita fácilmente. Ella decía "…me desconozco, no parezco YO". Comenta al pasar que si está viendo televisión y escucha que llega su marido se incorpora inmediatamente y aparenta estar arreglando placares. Refiere haber tenido algunas discusiones con su marido y él la ha insultado, además nota que no puede disponer dinero con cierta libertad ya que todo lo debe consultar con él. Sus fines de semana los detesta, está sola llevando a los chicos de aquí para allá y su marido, al que le encanta  jugar al golf, dispone de esos días para su deporte, del que ha llegado a ser campeón.  Ella piensa "…Claro, trabaja tanto que bien merece este esparcimiento”.

María está perdida, desvalorizada, anónima para ella misma. No sabe quién es , ni qué quiere.
Podemos seguir el despliegue de sus de creencias arraigadas puestas en acción. Comienza su matrimonio sintiéndose querida y halagada por su marido. Nacen sus hijos como consecuencia natural de haberse casado, se ocupa naturalmente de ellos, es natural pasar noches en vela a su lado, es natural aprender sus necesidades, contenerlos, impulsarlos, enseñarles cada una de las cosas que van aprendiendo. Es natural estar atenta a su salud, alimentación, vestimenta, rendimiento escolar, vida social y deportiva. Es natural que la casa funcione estando abastecida, con la ropa al día, las camisas del marido planchadas y sus pantalones de tintorería, es natural que los arreglos de los desperfectos hogareños que sucedían fueran subsanados rápidamente, es natural llevar la agenda familiar y social de los cumpleaños convirtiéndose en la memoria de hijos y marido efectuando las compras de los regalos respectivos, y estar atenta a su familia primaria como así también a su familia política y etc., etc., etc.

Todo esto que se describe como natural deja de ser importante, porque sólo es lo que se debe hacer. Y si para colmo de males estas mujeres tienen una empleada que las ayuda, mucho peor; ahí si que su desempeño es evaluado como nulo. Parecería que la tracción a sangre es la medida del sacrificio y el parámetro de lo valioso. Este punto es relevante con respecto a las creencias femeninas, ya que veo con enorme asiduidad que lo que está ligado a la acción y al cansancio físico o psicológico por las tareas relacionadas con lo cotidiano de la casa y la familia les está vedado reconocerlo a ellas mismas, pueden admitir que sus maridos sientan cansancio en sus respectivos trabajos y deleguen tareas, pero para ellas, tener ayuda lo viven como una comodidad que les quita mérito. Hecho que los maridos confirman.

Convengamos que es poco frecuente que en la vida diaria se halague explícitamente a la mujer porque los chicos estén bien o porque la casa funcione. Esto es  lo que corresponde. Tampoco nadie piensa, ni ella misma, que también se puede decir: Claro, trabaja tanto que merece algunos momentos propios, para lo que ella decida.
Nada de lo que ella hacía tenía valor. Ella lo creía así. Todo este proceso se fue desarrollando a lo largo de 12 años de su vida donde también es natural que en el fragor de la rutina se interrumpan, por tácitos, los sentimientos explícitos de afecto y de halago.
 María no había incorporado aún el ingrediente fundamental que es "ser ella misma" que es lo que necesitamos también los adultos para sentirnos bien, no confundirnos con el otro, ejercitar nuestra libertad de pensamiento y acción, poder fundamentar lo que queremos y sentimos y ser respetados y reconocidos por eso. Necesitamos sentir que existimos. Recuerdo un paciente que me decía "…Porque yo con mi mujer, juntos, codo a codo, somos mucho más que dos; y recuerdo que le contesté que ahí justamente residía su problema, ya que solo se sentía mucho menos que uno…" Y así se sentía María, menos que uno y no existía el codo a codo.
Este proceso que consiste en estar atento a la propia existencia parecería ser muy natural, pero no lo es. Es interesante ver cómo, cuando nunca se ejercitó el identificar y reconocer los deseos propios, aparece una sensación de discapacidad para lograrlo; y realmente no es fácil, porque esos deseos andan entremezclados con los deseos de los otros significativos, y aquí aparece un área de trabajo fundamental que es la discriminación.
Estos procesos de búsqueda de la propia identidad y de una identidad valorada siempre son costosos, pero aún lo son más cuando se deben concretar al lado de un marido que a su vez viene con sus propios mandatos histórico familiares y opone resistencia al cambio.                          

   Otro de los aspectos importantes a tener en cuenta es que a las mujeres que acceden a la maternidad sin haber alcanzado una autonomía personal les resulta enormemente difícil la crianza de sus hijos, ya que, al ser ellas aún niñas emocionalmente, hace que la tarea de educar sea una materia conflictiva y generadora de enorme inseguridad, ansiedad, angustia y cansancio. En general no se sienten tranquilas con los límites que ponen, dudan acerca de lo que corresponde o no y esperan muchas veces que los maridos  las ayuden con esto. Éste es otro flanco de labilidad que la mayor parte de las veces lo traen a la consulta lateralmente sin registrar el cuantum de energía y aflicción que esto les provoca.

 En el caso de Juan, el marido de María, él provenía de una familia en la que los roles de los hombres eran fuertes, igual que en la familia de ella." Refiere que el padre de Juan era muy autoritario.      
Veamos cómo se armó la pareja de María y Juan; al casarse formaron lo que yo he dado en llamar una Sociedad de Responsabilidad Compartida en la que la división de tareas está acordada tácitamente, ya que de esto no se habla en general cuando las parejas son muy jóvenes; para los fines prácticos, fue así: María manejaría la casa, los hijos y lo social, y él trabajaría para sostener económicamente este engranaje. Si suponemos que esto que se estipula sin hablar y sin saber, supone que los dos miembros de esta sociedad tienen un acceso libre y equitativo a todo lo que vienen desarrollando individualmente, ya que de eso se trata una sociedad, nos estamos equivocando. Lo que sucede habitualmente es que se rigidifican los roles y la mujer queda aislada de la vida productiva económica de su marido, en una palabra, del mundo del afuera; y el marido queda excluido de la educación y la cotideaneidad de los hijos y de la casa, en una palabra, de la dinámica del adentro. Es usual que las mujeres sientan a sus hijos y a la casa mucho más de ellas que del marido y que el marido sienta que su empresa, su trabajo, el mundo laboral, es de él. Vemos cómo los estatutos, nunca explicitados, de la Sociedad de Responsabilidad Compartida, generaron un atrincheramiento de cada uno en funciones que fueron adquiriendo una rigidez nociva. Parecería que se ha convertido en una Sociedad de Responsabilidad Limitada.
Lo que encontramos en este punto es que ya ninguno de ellos tiene 20 años, están transitando los treinta y pico, ya no hay bebés en la casa, la exigencia del adentro va cediendo paso a otras necesidades y alguno de los miembros de la pareja confusamente empieza a no entender cómo se llegó hasta aquí. En este caso María denuncia con su malestar su disconformidad.

 María fue transitando por diferentes momentos en su terapia, en la que se trabajó su sobreadaptación a las normas para no traer problemas y ser querida por ello, el esfuerzo que realizó siempre negando el desplazamiento que había sufrido, no sólo por el nacimiento de su hermano sino porque además venía con una enfermedad que capturó y supuestamente enfermó a su madre, y la rabia que le produjo esto. Se le mostró el comienzo de la desvirtuación de sus sentimientos, ya que para  ayudar a cuidar a su hermano, a pesar de que le diera vergüenza, pensando que era mala por sentirse avergonzada, lo paseaba por las calles en su silla de ruedas. Pudimos relacionar en parte su casamiento precoz, a sus 19 años, como una forma de alejarse de tanto dolor familiar por la muerte de su hermano. Vimos que la elección de Juan representaba un modelo distinto del de su padre en cuanto al desempeño económico, razón por la cual ella se desentendió de sus propias actividades en las que había sido exitosa; ahora podía seguir el modelo materno de dependencia, Juan era confiable, incluso para cuidar a sus padres. Se trabajó el vínculo con sus padres en el que su rol era de hija/madre, ya que si bien los idealizaba, por otra parte captaba su condición endeble de forma no consciente y por eso los cuidaba y no quería llevarles problemas, por el contrario, se los solucionaba. Se trabajó sobre la modalidad silenciosa de su familia, ya que no decían nunca lo que les estaba pasando y María estaba siempre atenta para descubrirlo, y cuando lo descubría se hacía cargo: como ejemplo, este padre dispendioso sin comentar llegó a endeudarse al punto de casi perder todo, debió recibir ayuda económica de ella y de su marido y nunca más mencionó esta deuda. Su madre callaba. Se trabajó cómo la presencia de sus síntomas la protegían de tomar una conducta activa de enojo con lo que no le gustaba en general y con su familia primaria y su marido en particular. Se cuestionó fuertemente sus creencias acerca de lo que era natural y de lo que era importante. En este punto se ve con muchísima claridad cómo el valor cultural-social asignado al trabajo del afuera, del mundo laboral en este caso del hombre, desvirtúa el accionar de las mujeres que se avocan a las tareas del cuidado de la familia, ya que para mostrarle a María cómo ella desvalorizaba su trabajo cuestioné con humor la actividad del marido del siguiente modo: María, vos decís que tus actividades no son importantes porque tenés ayuda para el trabajo pesado y por eso no tiene valor. Quiero preguntarte sobre la actividad de tu marido, me has dicho que él tiene negocios donde vende ropa de mujer que ellos fabrican, no? Tu marido corta esas prendas?, las cose?, limpia los locales personalmente? Hace las vidrieras? Limpia los baños? Obviamente la respuesta era que no hacía nada de todo esto, sino que era el que pensaba y delegaba tareas y diseñaba estrategias de venta, supervisaba la calidad y controlaba el rendimiento y la expansión de su empresa. Esto sirvió para mostrarle cómo ella se pensaba a sí misma y cómo lo pensaba a Juan. Ya que con sus respectivas empresas, ella la casa y él en sus negocios, funcionaban de un modo similar. Se trató de darle confianza en sí misma valorando en su medida todos los esfuerzos realizados en relación con sus hijos y recalcando el esfuerzo doble que esto implicó para ella, ya que a su edad, mientras se encontraba cambiando pañales en su casa, el resto de sus amigas ocupaban su tiempo bailando o yendo de aquí para allá haciendo experiencia. Se valorizó el coraje que tuvo para adquirir tantas responsabilidades sin haber tenido el tiempo suficiente para ella de transitar más libre por la vida y de ese modo desarrollar lo que ahora estaba desarrollando, que es el permiso de ser ella. Pudimos hacer foco en el tema de la educación de los hijos y los límites, ya que parte de su agobio era solucionar cada requerimiento de los hijos como cuando eran bebés, y aquí se trabajó la importancia de poder adoptar conductas nuevas para nuevos acontecimientos. Los chicos no eran bebés y ella ya no tenía veinte sino treinta.
Se hizo hincapié en la fuerza de lo cultural inyectado vía familia acerca de los roles femeninos y masculinos. Se planteó el concepto de estructura familiar que tiende a mantenerse en equilibrio y que el cambio de uno de sus miembros trae aparejado una nueva coreografía que suscita un enorme malestar. Obviamente, a medida que María se iba revalorizando el marido se enojaba cada vez más. María estaba cambiando, requería tiempo de él, diálogo, comprensión, reconocimiento, tiempo libre para ella y el respeto tanto de su persona como de sus tiempos. Éste fue un momento muy duro para María, ya que su marido nunca había sentido que las cosas no estaban funcionando bien, por lo tanto consideraba los cambios de María como consecuencias del accionar de "estos psicólogos" como él le decía, en este caso Yo. María estaba tan asustada que por momentos ella también creía que era su terapia la que había generado todos estos encontronazos y no que era ella misma la que no soportaba más la angustia con la que estaba viviendo anteriormente. La dificultad para poder discernir lo que admitiría y lo que no, fue muy grande. El hecho de que sus padres pudieran enterarse de sus problemas la angustiaba, debía seguir cuidándolos. Poco a poco algunos de los problemas de su psicología se fueron transformando en problemas de la realidad, ya no está deprimida, se siente bien y activa. Nota la dificultad de ella para decir no, para hablar de sí misma, para hablar de sus padres, para compartir lo que le pasa con amigas. Empezó a hablar más y a poner algunos límites a los chicos y tímidamente a su padre y a su marido. Identifica claramente el proceder de su marido y en algunos aspectos no coincide ni en lo que piensa, ni como lo dice. Retomó sus estudios, comenzó a trabajar y sigue luchando para que su marido acceda a una psicoterapia. Su tratamiento lleva menos de un año y permanentemente se están reforzando sus descubrimientos y señalando sus encubrimientos .

He traído este caso por las miles de Marías que existen y por la gran cantidad que veo en mi consultorio.

Dado mi modo heterodoxo de trabajar, he ido incorporando distintos enfoques para la escucha de mis pacientes. Me ha sido de enorme utilidad tomar en cuenta la variable de género y la incidencia que tiene lo cultural en el desarrollo de estas estructuras psíquicas femeninas, ya que puedo concluir que mas allá de cada historia particular, de cada entramado histórico personal, a pesar de que los tiempos han cambiado, los mandatos femeninos de "obediencia debida" siguen operando aún con la fuerza de la legalidad de lo que debe ser, convirtiendo a las propias mujeres en las perpetuadoras de lo mismo que las sojuzga.

La posibilidad de pensarse autónomas y decidiendo con respecto a su propia vida les resulta impensable a un gran número de mujeres que aceptan sin cuestionar este lugar de sometimiento.

Es indudable que el beneficio secundario de esta postura es sentirse protegidas, aunque no lo estén. He visto muchas mujeres poner en mano de sus maridos su patrimonio personal y luego quejarse que su marido les da poco dinero para vivir, aunque él gaste indiscriminadamente. La idealización del cónyuge, como la de los padres, les permite vivir en un mundo ilusorio de cuidado, transformándolos en más que humanos. Ellas están llenas de dudas y suponen que el hombre no y que los padres tampoco Esta negación las envuelve en una trampa sin salida. Cómo revelarse ante lo que se cree, lieralmente, " ciegamente".                                                                                                                                                                   Esto da pie a mostrarles que valiente no es el que no tiene miedo, sino aquel que lo enfrenta y lo atraviesa.  Los padres no son Dioses, los hombres también tienen miedo. Los hombres también pueden ser sobreadapatados como ellas, aunque ninguno de los dos lo sepa.

La valorización de la actividad de la mujer en la crianza de los hijos y el trabajo que esto conlleva se ve desdibujado por la importancia que tanto hombres y mujeres le asignan a la provisión económica. Este fenómeno justifica a algunos hombres para desentenderse de lo que implica la paternidad en cuanto a compartir con sus mujeres criterios de educación de sus hijos, que también es sumamente importante.

Los hombres, al igual que las mujeres, están atravesados por la cultura, razón por la que quiero recalcar que no se trata de víctimas o victimarios sino de humanidades en sus Nieblas, marcados por las diferentes culturas particulares y englobados en una cultura dominante. El rol de algunos hombres es tan duro como el de algunas mujeres en la medida que están rígidamente designados  para cumplimentar el lugar de la autoridad, sostén económico, fortaleza y etc, etc, etc.  Tema complementario del que hoy expongo, que espero poder desarrollar en otro trabajo.

Este tipo de problemática sigue y seguirá abundando en nuestros consultorios, y será tratada en forma particular, de acuerdo al saber y entender de cada terapeuta. Cada caso obtendrá un grado de éxito determinado, siempre que no fracase el vínculo terapéutico. Pero además del enfoque clínico necesario, y dadas las incuestionables raíces culturales de este conflicto, es algo que sin dudas merece ser tratado a nivel de la PREVENCIÓN.

Es por eso que me parecería de enorme utilidad, a modo de prevención, planificar e incluir en la educación de los jóvenes, como parte de su formación, un trabajo concienzudo acerca de: 1) Incidencia de lo cultural en los roles femeninos y masculinos. 2) Búsqueda de la propia identidad  3) Autonomía responsable 4) Trabajo y matrimonio como proyectos de vida. Que en definitiva es lo que he señalado en los diferentes items de esta presentación.

Para concluir quiero compartir con ustedes, colegas, trabajadores de La Niebla, depositarios de tantas lágrimas de nuestros pacientes, una definición que he extraído hace años de la autobiografía de Frida Khalo acerca del significado de la palabra Lágrimas, que dice: Lágrimas: Negativo de la sangre, en el fondo lo mismo. Fluidificación de las palabras, del cuerpo. Licuación de las heridas cuando no cicatrizan.



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