miércoles, 23 de abril de 2014

De la amistad en "los tiempos de colera"


 Mi agradecimiento y disculpas a García Márquez por la adaptación del título de su obra.


La razón por la que hablo de "los tiempos de cólera", es que veo con frecuencia en los adultos mayores una gran irritación hacia lo que no les gusta o les molesta.



Pido ayuda a los que lean este blog: colaboren en desentrañar las razones de la intemperancia que muchos adultos mayores manifiestan.



Constituye una creencia equivocada el pensar que las personas grandes son "calmas".

Puede ser que nos asemejemos en algo a los ancianos japoneses. Ellos, a lo largo de su vida, han estado bajo la presión de normas culturales muy estrictas, donde el interés corporativo prima sobre el interés individual. Por lo tanto, parece que en la vejez se permiten conductas y exteriorización de apreciaciones que no se permitieron antes (Ref. Amelie Nothomb).

No es nuestro caso, no sufrimos tales presiones culturales. Pero lo que sí creo que sucede en nuestra sociedad, es que a lo largo de la vida, las personas intentamos agradar como forma de ser aceptadas y queridas; por lo tanto, es una exigencia de otro orden pero exigencia al fin.

También hay una diferencia importante según el género del que hablemos.

Las mujeres, en general, conocen más de este tipo de actitud de intentar lograr la aceptación y cariño. No olvidemos que aún hoy la cultura machista tiene una influencia importante.

Pienso que si bien no somos como los japoneses, que se desatan en la vejez y se permiten manifestar lo que antes no hicieron a lo largo de su vida joven, observo en nuestro entorno a muchos adultos mayores que ya no sostienen la represión verbal y el cuidado que solían mostrar.

Entre los japoneses, el respeto de las jerarquías, el lugar de la ancianidad, es diametralmente opuesto al de la sociedad occidental y el lugar de la vejez goza de otra valoración y protección que la concebida entre nosotros, al igual que el lugar de los hijos es diferente que en nuestra cultura. En ese encuadre es que los hijos tienen la obligación moral de respetarlos, ampararlos y hasta de vivir con ellos en su vejez.

Pero, congéneres: ¡ATENCIÓN! Con nuestros hijos en general nos cuidamos, el miedo no es sonso. Ellos, que no son japoneses, les parecerá un chino aguantarnos, y es de marcianos para nosotros y para ellos vivir juntos el día de mañana. Además, ¡Dios no lo permita!!!

Pero como somos mayores pero no tontos (o eso creemos) descargamos nuestra irritabilidad con los amigos o con las parejas. Esto lamento comunicarles que es "muy tonto". Ya que nuestros maridos/ mujeres  y amigos son nuestra verdadera compañía.

¿Qué pasa con los viejos amigos? ¿Qué pasa con nuestra afinidad histórica?. Muchos de ellos se pierden en el camino del disenso. Es doloroso. ¿Es inevitable?

lunes, 21 de abril de 2014

De la edad




Esta mañana leí algo que me encantó: "quien no descubre el verdadero sentido de una edad, queda condenado a vivir lo peor de ella".
Esta reflexión me llevó a preguntarme qué era lo mejor de la edad que estoy transitando –66 años– y por qué.
Lo primero que se me ocurrió es que disfruto enormemente de las cosas que quiero hacer y además quiero hacer muchas cosas que antes no me interesaban. Me encanta leer en idiomas diferentes a mi lengua materna, me entusiasma hacer manualidades para mis nietos, me divierte tejer, me atrae escribir, disfruto mi profesión, me sigue encantando hablar con mis amigas significativas que son otras que las que lo eran tiempos atrás.
Me genera interés trabajar en un proyecto en relación al cambio de paradigmas con respecto al envejecimiento, en el que se piense al adulto mayor con parámetros actualizados y no con los tradicionales, del estilo: sinónimo de enfermo, imposibilitado, disminuido, carente, idiota o infantil. Este es el modo generalizado de pensar la vejez en nuestra cultura. Lo peor es que los adultos mayores también lo creen.
Una lectura anacrónica de cualquier hecho da un diagnóstico de la situación errado y falso. Ghandi decía: "Una mentira creída por muchos no la transforma en verdad". Hay que tener cuidado con los modos de pensar, porque los hechos son según uno los piensa.
Hay un prejuicio en el que se afirma que, con el paso del tiempo, la disminución de la actividad motriz, o de los sentidos, de la vista o del oído, en cuanto a potencia, es leído como discapacidad. Lo que yo creo es que la merma de las funciones nos habla de disminución en relación con lo que podíamos lograr antes, pero de lo que fundamentalmente nos habla es acerca de la diferencia. Lo que antes podíamos hacer, por ejemplo, ver bien y sin anteojos, ahora nos cuesta más o no podemos hacerlo, pero lo que sí podemos es entender las cosas de otra manera, sin apremio, sin tantas dudas, con convicción de lo que pensamos y pudiendo hacerlo profundamente fundamentado. Si nos demuestran lo contrario, lo podemos aceptar sin sentir por eso que no valemos o que seremos desacreditados o criticados.
Claro que como toda reflexión no puede generalizarse, no todos los adultos mayores lo piensan así o lo pueden plasmar de este modo, pero lo que queda clarísimo es que hay tantas diferencias entre nosotros los mayores como entre los jóvenes. El grado de reflexión, introspección, autoestima, vivencias, constitución genética, educación, familia, etc., hace a las diferencias humanas, más allá de la edad que se transite.
Lo que creo que lleva a la posibilidad de pensar de un modo abierto y sin añoranzas "de lo joven" es haber vivido todas las etapas cronológicas, aun sin respetar la secuencia consensuada para la época que nos tocó vivir. A mí me costó pero no dejé asignaturas pendientes. Personalmente yo fui una chica con responsabilidades grandes, luego una grande con obligaciones asumidas de muy chica y desafíos a enfrentar. Me reí mucho, me divertí mucho, sufrí un montón, tuve muchos miedos y ahora soy una mujer de 66 años con muchas preguntas, algunos sinsabores y dolores, algunos miedos pero, sobre todo, mayor confianza, tranquilidad y muchos motivos de alegría. No añoro el pasado. Fue bueno y malo, como todo lo que se da en la vida que siempre implica los pares opuestos. Lo que me parece importante es que prevalece lo positivo.
Dentro de mis elucubraciones, pensé en la afectividad del mismo modo que a veces pienso en el cerebro. Mi teoría es que cada uno de nosotros venimos dotados con una especie de máquina fotográfica en nuestra cabeza. Esa máquina tiene las más diversas potencias y posibilidades de captación. Cada uno funciona con la que le ha tocado, más algunos aprendizajes, que contribuyeron a ampliar el ángulo de la toma que se quiera hacer. Pero cada máquina capta un aspecto de la realidad y probablemente la verdadera imagen sea la sumatoria de lo que captaron la totalidad de las cámaras. En lo afectivo, ¿no será igual?