lunes, 10 de noviembre de 2014

Envejecer cambiando versus Violencia y Patología

Trabajo presentado en 16º Jornada Anual de Fundación Prosam

Envejecer cambiando versus Violencia y Patología

La idea de presentar este trabajo es compartir con ustedes, colegas, lo que tenemos en común. Con certeza, lo que tenemos en común en este instante es que estamos vivos, y que nunca seremos tan jóvenes como hoy. De modo que el paso del tiempo es un suceso que, además de asemejarnos con el prójimo, caracteriza nuestra humanidad.
 Pero lo sorprendente es que pocas veces nos sentamos a reflexionar sobre esto. En general se vive como algo lejano o angustiante ya que lo que pasa en la vida, es que pasa.
La sociedad de consumo conspira contra nosotros al ponderar con insistencia los atributos que se le asigna estereotipadamente a la juventud.
Genera  confusión en los jóvenes, ya que se promueve un ideal centrado en una imagen de belleza al que, aún  poseyendo juventud, la mayoría  no puede acceder.
Éstas son estrategias de marketing, no son enseñanzas de vida útiles para crecer, desarrollarse y envejecer. Hay que hacer un enorme esfuerzo para cambiar los paradigmas de lo deseable. Dada la magnitud de la difusión de estas creencias, está muy incorporado el rechazo a la vejez. Y esto es violencia.
En general, los mayores renuncian a este estereotipo en principio por imposibilidad que luego se transforma en aceptación, no sin lucha. Poseen menos apetencias de lo externo. Los que no logran elaborarlo, están condenados al padecimiento.
La cultura occidental no rescata la sabiduría de los mayores; esto también es violencia. Todos, si vivimos, llegaremos a ser ancianos.
Por lo expresado nos toca librar dos luchas: una interna, ya que no estamos exentos de haber incorporado los prejuicios acerca de la vejez, y otra externa, con el medio.
Les enunciaré algunas apreciaciones acerca de los adultos mayores: son feos, obviamente se alejaron de la lozanía de la piel y del 90-60-90. Además: no entienden, son lentos, para qué nos sirve su saber si el mundo cambió, nadie aprende con la experiencia ajena, los viejos no escuchan, molestan.
Esto no es cierto. Podríamos decir que muchas personas no entienden ni de jóvenes ni de viejas. Se puede ser pesado o tonto en la vejez y en la juventud como también se puede ser inteligente a la edad que sea. Hay juventud atenta y dispuesta a escuchar y muchos mayores con idéntica vocación. Nosotros, que trabajamos en salud mental, podemos dar fe de esto.
Lo que queda claro es que hay tantas diferencias entre nosotros los mayores como las hay en el universo de los jóvenes.
En general la persona anciana no es respetada. Recuerdo el relato de una conocida quien acompañó a su madre de 90 años al médico porque comenzó a padecer un cáncer: La señora era brillante, fue literalmente una de las dos primeras mujeres egresadas que hubo en el país, de la facultad de ciencias económicas, estaba absolutamente lúcida. En la consulta, el médico en todo momento le habló a la hija, nunca  le dirigió la palabra a la paciente, y de lo que justamente se trataba, era del cuerpo de ella y de su enfermedad. La hija sintió dolor y vergüenza por el lugar en el que la ponían a su madre y se preguntaba como se sentiría ella ante semejante situación. Esto lo hizo un médico, un profesional de la salud. Esto es violencia.

Un pensamiento que figura como anónimo en una publicación de Mercedez Jones, quien también trabaja en Argentina en este tema, me pareció muy significativo: “Quien no descubre el verdadero sentido de una edad, queda condenado a vivir lo peor de ella".                                                                                                    Lo que se necesita, en el transcurso de envejecer, como a lo largo de toda la vida, es flexibilidad para acompañar los cambios. Y la toma de conciencia de que es necesaria nuestra participación activa a lo largo de la vida.

En el envejecimiento se da un proceso parecido e inverso al que sucede en la adolescencia. En la adolescencia se transforma nuestro físico ganando aptitudes que nos cuesta mucho incorporar, con la consecuente inseguridad física y emocional, propia de esa etapa. En la vejez se van perdiendo esas aptitudes y también se transforma nuestro esquema corporal y nuestra visión de nosotros mismos. Esto genera una enorme confusión con respecto a cómo somos. El envejecer, por lo menos hasta la edad que estoy transitando y de la que puedo dar testimonio, no es un estado que se adquiere de una vez: es un proceso. Hay, más que nada, un interjuego en el cual vislumbramos lo que nos está sucediendo, pero esas visiones alternan con momentos en los que no nos damos cuenta, y seguimos viéndonos, en nuestro interior, como éramos antes, mucho más jóvenes. Lo que afortunadamente acontece es que ahora, a pesar de este duelo por la juventud, nos reconforta la seguridad mayor con la que contamos. No tenemos el mismo packaging, pero el contenido en general, es más rico y más sólido.

Lo que creo que lleva a la posibilidad de pensar de un modo abierto el envejecimiento y sin añoranzas "de ser joven" es haber vivido todas las etapas que conocemos como cronológicas, aun sin respetar la secuencia consensuada, para la época que nos tocó vivir. Pero hay que vivirlas. Quien de joven no trota, de viejo se desubica o se asusta.

Los mayores de 60 años somos los de aquella  generación de posguerra (1943/1953), la del Baby Boom, donde hubo una explosión de la natalidad tanto en países como EEUU, Canadá, Nueva Zelanda entre otros y también en los países en desarrollo. Somos los pioneros, por la magnitud en número, en transitar la vida con este grado de longevidad.
Si la expectativas de vida son de alrededor de 82.4 años en Europa y 76 años acá y nos retrotraemos a evaluar lo que hemos hecho desde los 40 años hasta los 60, surgirá de por sí que es una cantidad de años muy grande como para no planificarlos y darle un sentido y un proyecto.
No hay más padres, maestros ni  jefes a los que haya que obedecer. Somos nosotros, con nuestros propios criterios enfrentando la vida. Poseemos ya experiencia y aprendizajes múltiples.
Mi interés por este tema se fue despertando a partir de empezar a escribir y describir mi propio proceso de envejecimiento en un blog, Reflexiones de una mujer de 60. A medida que lo escribía recordé a una periodista y escritora, Christiane Collange, de la que había leído, 20 años atrás, el libro “Yo tu Madre” y me había interesado mucho, por su sentido común y criterio de realidad. Quise saber su opinión sobre el envejecimiento y sus múltiples influencias en uno mismo y con el contexto familiar y social. Gracias a Internet, la encontré.
Christiane Collange tiene 84 años, escribe y tiene un programa de radio en Francia. También descubrí en Paris a Marie Françoise Fuchs, de 82 años, quien fundó la Asociación Old Up, cuyo lema es: No somos jóvenes pero tampoco tan viejos. Me resultó muy motivante un almuerzo que organizó Marie Françoise para hacerme conocer el grupo ejecutivo que lidera la asociación cuya presidenta es ella. La menor era de 62 años, yo con 65 y el resto oscilaban entre los 80 hasta los 87 años. La mayor fue  directora de la carrera de Ciencias Políticas de la Sorbonne. Interactuando con ellas y conociendo sus vicisitudes me di cuenta de que el fenómeno de la longevidad, al ser tan novedoso en magnitud no fue  pensado por la sociedad y planteó problemas inéditos. Los que lo percibieron, muy lúcidos, comenzaron a pensar y operar en ese sentido. Muy activamente implementaron grupos de trabajo que se transformaron en organizaciones después para ayudar a transitar, entender, y encontrar un sentido a estos muchos años por venir.  Generaron contactos con organismos estatales, municipales y vecinales. Toda esta acción promovió dinamismo, creatividad, incentivó propuestas, abrió un camino de pensamiento y acciones útiles que se plasman en proyectos necesarios y trascendentes para una gran población. Estas personas le dieron un sentido a su propia vida y a la de sus coetáneos.
Por todos estos aprendizajes y mi contacto permanente con estas asociaciones decidí ponerme a trabajar para adaptar a nuestra idiosincrasia cultural las acciones necesarias.

Christiane Colange denomina “Segunda Vida” al periodo donde ya se ha terminado la necesidad de dedicar tiempo a la  crianza de los hijos, se han experimentado amores y hubo una dedicación importantísima al trabajo.
Según esta autora, la segunda vida arranca cuando las variables de la primera vida se encuentran profundamente modificadas. Estos cambios se van dando paulatinamente.

Un hito del cambio comienza con la menopausia, ya que aleja a las mujeres definitivamente de la maternidad. Su advenimiento, en general, no molesta. Lo que molesta son las consecuencias. Las mujeres padecen una revolución hormonal, que transforma sus panzas otrora cóncavas en convexas, el termostato se altera y en general empiezan a padecer en  su interior un verano eterno, el color del pelo también cambia, los huesos se fragilizan, se ponen irascibles. Con tanto cambio, necesitan ayuda. Los grupos de reflexión en estos casos sirven, lo que no sirve es el cuerpo, que costó tanto tiempo y esfuerzo aprender a llevarlo con seguridad. Cuando ya se aprendió a lucirlo con comodidad y prestancia, se marchita de manera implacable. Mirando lo positivo, ya no quedarán embarazadas y no hay que tener precauciones al respecto. La sexualidad puede ser vivida sin temores.

Otra característica de la segunda vida es la partida de los hijos de la casa familiar. Se siente el cambio. No me referiré al nido vacío,  ya sabido; advierto a aquellos que transitan por este período, para que rescaten lo positivo de las situaciones que les toca vivir. En este caso se trata de hacer foco en la recuperación de una autonomía perdida  en el momento de la incorporación de los hijos a nuestra existencia.

Si es que los hijos formaron una pareja se inaugura un nuevo rol de suegra/suegro. Con sus posibles bemoles.

La formación de una nueva familia de los hijos y el advenimiento de nietos nos coloca definitivamente en la segunda vida. La presencia de niños a otra edad de aquella en la que hemos sido padres, nos habla de tener la edad para haber devenido abuelos; y este status cuesta metabolizarlo. No cuesta ser abuelo, lo que cuesta es asimilar que se tiene la edad para serlo. Los nietos son un generador de ternura y amor incomparable que moviliza y conmueve. Se comparte un afecto enorme por los mismos seres: sus padres. Y también compartimos un enemigo esporádico: sus padres.  

Con respecto a los cambios psicológicos se trata de poder rastrear nuestros deseos perdidos en el medio de los deseos de los demás. Esto les sucede más habitualmente a las mujeres. En la medida que nos hemos dedicado alrededor de 30 años a satisfacer los requerimientos familiares y profesionales, nos encontrarnos con una libertad desconcertante, y elegir hacer algo distinto a lo que estábamos habituados es un tema espinoso que lleva su tiempo. Pero se puede.

Otro de los fenómenos que acontecen a esta altura de la vida es la invisibilización. En un artículo que publicó el diario La Nación hace muchos años, Silvina Bullrich, que se sentía una linda mujer, relató que tomó conciencia de su vejez cuando al entrar a un restaurant nadie se dio vuelta para mirarla.
Un punto importante son los cambios que se dan en la pareja. Se vuelven a encontrar a solas, y si ya están transitando voluntarios o involuntarios retiros de sus trabajos, tienen que compartir el habitat, hecho inédito por lo general. Para las mujeres acostumbradas a ser reinas de la casa es un trago amargo de digerir y de aceptar tener a estos maridos, queridos o no, sentidos como okupas, tan familiares y cercanos. Hay que renegociar espacios y el tiempo de cada uno. El hecho de no trabajar no nos hace solidarios en el ocio, cada uno tiene que implementar lo que le guste en el tiempo y forma que lo desee. Y tomar la libertad que supimos conseguir. Si no se supo, hay que aprenderlo.

A muchos, su identidad y estima se las otorgaba el trabajo. Se debe revisar dónde se han puesto los valores. Se requiere de una evaluación interna de lo que cada uno logró en su quehacer vital y qué es lo que ese trabajo le aportó. Algunos individuos accedieron a brillos y reconocimientos públicos y privados. Algunos tuvieron crecimientos más internos que externos, buena maduración y capitalización de las vivencias. Otros, los que se quedaron con la pura exterioridad, sufrirán más este proceso. Pueden tratar de huir para atrás hacia la juventud, como si fuera posible e iniciarán ciclos vitales no afines con su edad. Paternidad tardía, salida con mujeres jóvenes u hombres jóvenes, competencia con los hijos.
El tema de la jubilación, para aquellos que no han podido lograr armar un capital que los respalde, viene aparejado muchas veces de una preocupación enorme por el dinero. Éste es un punto importante para ser tenido en cuenta tanto social como individualmente. Esta situación viene de la mano del poder solventar o no la vivienda en la que se vivió, y replantearse achicamientos.
Hay  que reconocer diferentes escalones dentro del envejecimiento; y el proceso descripto hasta ahora es aquel que se desarrolla hasta alrededor de los 80 años, donde  aparecen otras problemáticas particulares de ese momento.
 Se presentan situaciones que pueden llegar a parecer graciosas por lo insólitas. Christiane relata un encuentro para jugar al bridge de tres señoras inglesas de 95 años. Mientras se aprestaban para jugar charlaron acerca de las  novedades, y una dijo: Fue una semana trabajosa, pero por suerte ahora me encuentro mucho más tranquila, por fin encontré un geriátrico para mi hijo, el mayor, el de 75; no lo aguantaba más en casa, se pasaba haciendo tonterías.

Si bien el envejecer es difícil, pude observar que se hace más llevadero al compartir las experiencias cotidianas y afrontar las dificultades que se  jalonan en ella  con aquellos que atraviesan las mismas circunstancias. En los encuentros de pares se trabajan distintas problemáticas: pérdida de capacidades, sordera, marcha. Amigos dispersos, enfermos, exploración de los misterios de la memoria y las fatigas repentinas. Lograr reírse de sí mismos. El humor interviene relajando.
Un aspecto que resulta muy interesante y necesario de compartir en grupo es aquel acerca de la muerte, ya que ésta está negada en nuestro mundo occidental. La posibilidad de hablar acerca de la muerte es la manera de vivir mejor nuestra vida. Al tratarla se atenúan los temores y nos tornamos más libres, autónomos y capaces de disfrutar con intensidad cada instante. Se trata de aprender cómo vivir los años y no morir por adelantado.
El compartir grupalmente los recuerdos hace que los participantes reflexionen acerca de lo que para ellos fueron hitos durante su vida. Las experiencias vividas a través de la presencias, las ausencias, las repeticiones, ayudan a medir el tiempo y lo orientan, se trate de acontecimientos o personas.

Otra anécdota relatada por ella: Se festejaban los 100 años de una señora a la que su hijo le hizo un gran fiesta. Él tomó el micrófono y dijo: Nunca pensé en poder festejar el cumpleaños número 100 de Mamá. La madre, sacándole el micrófono, acotó: Nunca pensé en llegar a tener un hijo de 80 años.

La autonomía  que hemos incluido en  nuestra vida y con la que nos hemos desenvuelto muchos de los Baybyboomers hace que nos neguemos rotundamente  a  ser un peso para las generaciones siguientes. No queremos padecer presiones o sentirnos manipulados, queremos estar presentes, atentos e independientes. Por esta razón es que queremos participar, pensar y poner en acción lo que podamos aportar a la sociedad de creativo y útil.

El intercambio generacional es gratificante e importante para propiciar y promover. Tenemos que conocernos mutuamente y ayudarnos. Es fundamental aprender el manejo de la informática, los celulares, las cámaras digitales. Toda persona que no se ponga al día con esto corre el riesgo del aislamiento y de  caerse del mundo. En estas lides, los mas jóvenes son increíblemente capaces y lo que hay que armar son espacios en los que los jóvenes expertos enseñen a los mayores. Se trata de lo que puedan ofrecer unos y necesitar los otros. Concretar un trueque.

Otro de los aspectos al que hay que dedicarle atención es a la evolución de las relaciones con nuestros descendientes  a través del paso del tiempo, y la aproximación
 “del gran envejecimiento” (la grand Age). Se operan cambios sutiles, se acrecienta una distancia con ellos en los dos sentidos: es probable  que exista en ambas  generaciones un deseo de protegerse. Es habitual tratar de preservarse y evitar decirse  lo que podría emocionar o herir. Los grupos de reflexión son los indicados para tratar estos temas acerca de: Acercamientos y alejamientos, reflexionar acerca de los intereses divergentes que se suscitan en lo familiar o en el terreno de la amistad. Las relaciones fluctúan y hay que recrearlas.
Hay que promover el tejido de lazos ahora y siempre, que movilicen e incentiven la creatividad.
He sido invitada a ser representante para la Argentina de una organización internacional cuya sede está en USA que se llama Pass It On Network, que es una usina de proyectos para pensar y ofrecer alternativas a los adultos Mayores.
Para concluir les voy a citar una pensamiento de Italo Calvino, del libro Las Ciudades invisibles: El infierno de los vivos no es algo que vendrá; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno para darle espacio y hacerlo durar.”



Siguiendo ese camino, invito al que no sea infierno a acercarse y aportar ideas. Será siempre bienvenido.