sábado, 3 de septiembre de 2011

De los hijos

Este bolero lo podríamos haber escrito cualquiera de los padres en el momento que los hijos se despiden de nosotros para hacer su vida:” No es falta de cariño te quiero con el alma y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós.” Nosotros les diríamos que se queden, pero sabemos que no sería bueno para ellos..
Solo a los humanos les puede ocurrir que la independencia de los hijos les duela, a pesar del trabajo que da el ser padres. ¿Seremos masoquistas?
El surgimiento del psicoanálisis aportó un cambio significativo en la lectura de las conductas de los hombres y sus motivaciones. Al buscar la etiología de las conductas y de los modos de pensar y sentir de los individuos se las relacionó con la personalidad de sus padres y la influencia que estos tuvieron sobre sus hijos. En general se resaltó lo negativo de las influencias. Se pasó de una cultura en la que los adultos no podían ser cuestionados a otra en la que la autoridad paterna estaba mirada bajo la lupa.
Esa etapa le tocó a los de mi generación. Los padres fueron los responsables de que sus hijos fueran sicóticos o neuróticos en el mejor de los casos. Ese status psicopatológico lo lograban gracias a sus padres y si salían más o menos libres de angustias mayores se lo debían a ellos mismos y a sus fortalezas para lograr sobrevivir. Me parece un tanto injusto este planteo. Estos cambios de paradigmas trajeron aparejado desconcierto en la crianza de los hijos. Cuando junto a mis congéneres nos tocó ser padres, tuvimos un enorme miedo de ser “ los responsables” de los padeceres de nuestros hijos, como nosotros habíamos responsabilizado a los nuestros.
Se operó inconscientemente de esta forma: de ahora en más les preguntaremos a los chicos qué tenemos que hacer con ellos, qué quieren, qué les gusta, también lo que no les gusta y lo que no quieren. En general no lo dicen porque no lo saben –hecho lógico siendo niños; entonces los miraremos a la cara tratando de descifrar lo que les gustaría, con un miedo atroz de dañarlos. Lo adecuado sería qué los adultos confíen en lo que les parece apropiado para el chico aunque a él no le guste, pero ¿y si se frustra y sufre? Ahí ya nos estamos equivocando, ¿adónde pensamos que los estamos trayendo cuando los concebimos, a Disneyworld? , ¿a un lugar exento de dolor?

Entonces, una vez tomada la decisión de hacerles las preguntas inadecuadas a las personas equivocadas creímos que iría todo bien y ya no seríamos los culpables de nada. Y así fue. Así fue que se dejó picando en el campo de los hijitos responsabilidades que no estaban en condiciones de asumir y se propició el desarrollo del concepto de orfandad del que hablamos los psicólogos. Si los niños saben todo y deciden acerca de todo, quiere decir que no hay padres, son huérfanos, no hay nadie que les ponga límites, ni que los contenga. Nosotros, estos psicoterapeutas de miércoles (digo de miércoles porque ahora los pacientes nos vienen a ver sólo una vez por semana) ¿por qué no hablamos anticipadamente acerca de este peligro?
La inercia que puede tener una forma de mirar la realidad es muy fuerte. Tan fuerte que si nos quedamos mirando para atrás podemos chocar con lo que viene por delante. Queriendo evitar el autoritarismo se puede caer en la anarquía.

Otra vez, queriendo evitarlo, los padres se convirtieron en culpables y con razón.
Y los chicos devenidos en adultos se siguieron quejando y echando culpas a sus progenitores, que, ya exhaustos de haber batallado con sus padres autoritarios y sus hijos convertidos en déspotas, no saben qué hacer. Podemos verlo a diario no sólo en los consultorios sino en los medios de comunicación. Se ve a niños descontentos pegarles a sus maestros y los padres, en lugar de sancionarlos, agreden a su vez a quienes sancionaron o reprendieron a sus hijos.

La mayor parte de la gente se ve involucrada en las teorías en boga de la época que les toca vivir, sin poder relativizarlas. El paso del tiempo hace que, en muchos casos, puedan ser revisadas. Mientras este proceso sucede, asistimos al holocausto de la autoridad. Me refiero al asesinato virtual la autoridad paterna por medio de los cuestionamientos que nuestra generación propició y nuestros hijos presenciaron; este hecho posteriormente nos llevó al suicidio como autoridades parentales. Amén de cantidades de factores adicionales socioeconómicos que han colaborado en la relativización de ciertos valores y en los cambios de paradigmas.

Yo soy psicoterapeuta y en realidad he sido muy cuestionadora de algunos abusos interpretativos. También soy madre y he transitado los paradigmas de la época que me ha tocado vivir; no siempre he acordado con ellos, pero tampoco he podido escaparme.

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